Este conjunto de fotografías muestra una década en la vida de Alberto García-Alix, desde 1976 a 1986. Época de juventud que vivió intensamente, retratada en 35 milímetros. Imágenes que constatan su necesidad de aventura vital para la creación y retratan los compañeros y los momentos de convulsión y de agitación personal, además de la búsqueda del placer y de la diversión a través de los opiáceos.
Si alguien puede hablar de Alberto García-Alix, ése soy yo. He sido testigo de su tiempo y de sus andanzas. Sus pasos han sido también mis pasos. Es posible que nos hayamos cambiado las sombras, pues cuando le abandono y me voy camino del sueño, temo que la sombra que me sigue sea la suya. Mil veces pienso que nuestra amistad está sostenida en algo más poderoso que el amor. En el temor. El mío, claro. Algo en él, quizás su desatino o la locura a la que me arrastra, me produce miedo. Tengo motivos para sentirlo; he sido sin desfallecer su compañero inseparable desde el 76.
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Ahora aquellos años quedan tan lejanos que Alberto capaz es de decir que lo he deformado todo. De los amigos presentes en estas páginas quedamos pocos. Muy pocos. La muerte pudo escoger a su antojo a los muchachos que dieron un paso al frente con su desoladora mística. Los que aún seguimos vivos no los olvidamos. Respecto a mí, que perdí mi sombra para seguir la de Alberto, hasta hoy me he mantenido en silencio. Si lo he hecho, no es solo por ser su pusilánime cómplice y menos aún por el agradecimiento que según él le debo. Si he callado mucho de lo vivido aquella década a su lado, es por sus fotos. Es extraño. Desde el principio creí en ellas y éste fue mi único acierto. Ahora sé que sus imágenes son el consuelo que me recompensa por haberle seguido, y que ellas son, sin palabras, quienes hablan por mí con Alberto.